TODAS LAS ESCUELAS COMO LA ESCUELA DE ATENAS

Todos hemos visto al menos una vez el maravilloso fresco de Rafael titulado «La escuela de Atenas». Los más afortunados han podido admirarla en directo en la Stanza della Segnatura de los Museos Vaticanos. Pero, ¿cómo es que su valor ha permanecido inalterado a lo largo de los siglos? ¿De qué trata realmente «La Escuela de Atenas»?

Esta obra -que data de principios del siglo XVI- celebra el conocimiento humano y la conquista de la belleza. En pleno Renacimiento, el Papa Julio II encargó a Rafael que representara una escena ambientada en el mundo clásico para indicar las raíces de la civilización romana. Estas mismas raíces se encuentran en la antigua cultura ateniense, el primer ejemplo real en Occidente de filosofía estructurada reflejada en la humanidad.

El fresco, enmarcado por un arco pintado, representa a los más famosos filósofos y matemáticos de la antigüedad conversando entre sí como un grupo de amigos, entrelazando la cultura científica y humanística en un solo cuerpo de conocimiento.

Los 58 se sitúan dentro de un edificio clásico imaginario representado en perspectiva, comunicando los valores universales de la Belleza, el Bien y la Verdad.

En el centro vemos a Aristóteles y Platón, este último con el dedo señalando hacia el Hiperuranio, el mundo de las ideas donde residen el Bien y la Belleza. A los lados y alrededor de las otras 56 figuras: 28 a la izquierda y 28 a la derecha.

Es muy interesante cómo el número 28 es utilizado por el Divino Pintor en «La Escuela de Atenas».  El número 28 es, de hecho, un número universal que contiene en sí mismo el movimiento de la vida en el mundo. Basta con pensar en el ciclo lunar, las mareas, el ciclo epigenético de las células o el ciclo hormonal, todos los cuales tienen 28 días. Me atrevo a decir que es un número ligado a la Belleza y a su continuo y cíclico devenir. Es el número de la Belleza de la vida, de la renovación de los ciclos. Estos tiempos y procesos naturales son innatos también en el hombre y, respetándolos, se convierte en un ser perfecto en armonía con su contexto. La geometría en la que están dispuestas las figuras simboliza la confianza de Rafael en el orden del mundo, un orden divino e intelectual.

Este fresco es ciertamente un «manifiesto» de la concepción antropocéntrica del hombre del Renacimiento, es decir, el hombre que domina la realidad gracias a sus facultades intelectuales, situándose en el centro del universo, en una línea de continuidad entre la antigüedad clásica y el cristianismo.

Con el paso del tiempo, «La Escuela de Atenas» ha estimulado diversas interpretaciones superpuestas, creando la percepción de una obra compleja y rica en niveles de interpretación, que ha pasado a formar parte del imaginario visual colectivo. Por ejemplo, se ha leído como una representación de las siete artes liberales con, en primer plano, desde la izquierda, la gramática, la aritmética y la música; a la derecha, la geometría y la astronomía; y en lo alto de la escalera, la retórica y la dialéctica.

La fundación de la verdadera Escuela Filosófica de Atenas se atribuye a Platón y se denominó Academia, así llamada porque se encontraba en los jardines de Academo. Se organizó legalmente como una corporación religiosa y se exigió que la vida y la investigación fueran comunes. También estaba dirigida por un «scolarca» elegido de por vida por los miembros de la escuela. Aquí se realizaban estudios de matemáticas, astronomía y ciencias naturales, pero sobre todo se investigaba al «hombre» como habitante de la polis, y todos los demás estudios iban dirigidos a ello. Por lo tanto, era fundamental investigar al hombre y su naturaleza, establecer su propósito y su papel en el universo, y revelar su Belleza.

Todo esto se ha empobrecido drásticamente en la época actual, que favorece un enfoque de la vida diametralmente opuesto, en el que ya no se tiene tiempo para plantear ciertas preguntas. Sin embargo, lo cierto es que todos seguimos necesitando respuestas. Por eso, aún hoy es importante dedicarse al estudio del pensamiento desde una edad temprana. No hablo sólo de los estudiantes de bachillerato, sino también de los de escuelas profesionales que necesitan reconocerse a nivel ético y humano en su futura profesión, y que por tanto necesitan conocerse a sí mismos quizá más que a los demás, para poder relacionarse con los demás de forma sana y segura. Para eso también está la filosofía.

La cultura es una riqueza interior y ayuda a desarrollar el propio potencial, precisamente porque «trabaja» en el autodescubrimiento, abre la mente y estimula el libre pensamiento a través del método de observación del mundo. Filosofía significa amor al conocimiento (phileîn> amar y sophía> sabiduría) que da libertad de ser.

De hecho, es el origen de nuestro orden político y económico, de nuestro sentido de la ética y el arte, de nuestros objetivos y valores. Por ello, el advenimiento de la sociedad científico-tecnológica nos enfrenta al problema de la utilidad. Esta cuestión filosófica sobre la finalidad del desarrollo científico es, en efecto, muy importante para mantener el respeto por la condición humana.

Para que la tecnología traiga consigo el progreso y no sólo un desarrollo ciego, es necesario reafirmar el papel central no sólo del hombre, sino de todo el contexto social y ecológico al que pertenece el propio hombre. Debemos volver a plantear preguntas, a razonar sobre la importancia de una educación noble, que considere a todos los hombres con las mismas necesidades, los mismos derechos y la misma sed de conocimiento.

Conocer la historia de la que procedemos nos ayuda a entendernos mejor a nosotros mismos y a la dirección que tomamos.

El ser humano siempre ha buscado la Belleza en todas partes y siempre se ha preguntado por el camino que le ha llevado exactamente a donde está.

Todos los conocimientos son complementarios y necesarios entre sí. Lo observamos en los grandes pensadores de la historia que proceden de entornos muy diferentes y que en su pensamiento revelan «contaminaciones» de conocimientos aparentemente alejados de su ámbito específico. Pero es precisamente esta capacidad de oscilar de un contexto a otro lo que les permite tocar cimas tan altas del pensamiento y al mismo tiempo ahondar en el alma humana.

La filosofía, el arte y la cosmética vuelven a encontrar un hilo conductor que va bien con los principios de la Cosmética Humanista.