En la actualidad, un gran número de pruebas científicas apuntan a que la salud, el bienestar y la belleza pueden estar determinados no sólo por la herencia genética (ADN), sino también por las elecciones cotidianas, la forma en que decidimos cuidarnos y relacionarnos con los demás. Cada una de nuestras células es un claro reflejo de nuestro autocuidado. Es el resultado de los estilos de vida que nosotros mismos elegimos y de toda la información del entorno (el epigenoma) que puede modificar el comportamiento de nuestras células.
El entorno no es sólo un lugar físico, sino todo lo que percibimos a través de nuestros cinco sentidos y más: lo que comemos, lo que respiramos, lo que miramos, lo que escuchamos, lo que recordamos…. Se llama la Epigenética de la Vida.
De los cinco sentidos, el olfato es el menos explorado científicamente. Todo lo que sabemos sobre ella se ha descubierto en los últimos 50 años. Dos científicos estadounidenses, Linda Buck y Richard Axel, investigaron los genes de los receptores olfativos y algunos mecanismos fundamentales del código olfativo, es decir, cómo las moléculas olorosas y los receptores de la nariz generan el mensaje olfativo que interpretamos como olor. Por sus descubrimientos recibieron el Premio Nobel en 2004.
Pero todavía hay pocos estudios científicos publicados sobre el sentido del olfato (unas 5.000 publicaciones), especialmente en comparación con los de la percepción visual (155.000 publicaciones) o la percepción auditiva (84.000 publicaciones). Probablemente esto se deba a los prejuicios culturales que, a lo largo de la historia, han relegado el sentido del olfato a un sentido secundario, por ser más arcaico, animal, ligado a nuestra parte ancestral, a periodos primordiales en los que el ser humano, al no estar evolucionado tecnológicamente, necesitaba una guía sensorial para sobrevivir.
Recientes investigaciones científicas han demostrado también el estrecho vínculo existente entre la piel y el sistema olfativo.
Según el estudio realizado por un grupo de investigadores de la Universidad del Ruhr de Bochum y de la Universidad de Munster (Alemania) y publicado en 2014 en el Journal of Investigative Dermatology, la piel posee ciertos receptores olfativos capaces de captar determinadas moléculas olorosas. Hasta ahora, la investigación ha identificado el receptor que, estimulado por el aroma del sándalo, activa la reparación de las células de la piel y la curación de las heridas.
Este descubrimiento ha empezado a situar el sentido del olfato en el centro de interés de los científicos e investigadores de la medicina, la tecnología y la cosmética, abriendo nuevos horizontes para la aplicación de la aromaterapia científica.
Hoy podemos demostrar que la fragancia de un champú, una mascarilla, una crema facial, una crema de manos o una barra de labios desempeña un papel importante en la experiencia multisensorial y evocadora que tenemos con nosotros mismos y con los demás a través de los cosméticos, y es decisiva en el momento de la compra.
Los cosméticos no sólo deben ser funcionales, sino que deben ser capaces de despertar emociones, estimular los cinco sentidos y crear un ritual subjetivo y personal de bienestar.
La peculiaridad del sistema olfativo reside en el hecho de que está directamente conectado a ciertas áreas de la corteza cerebral que forman parte del sistema límbico. Se trata de una parte de la amígdala, conectada con el hipotálamo, que interviene en las respuestas emocionales, en el control de los latidos del corazón y en la zona conectada con el hipocampo e implicada en la memoria y el procesamiento de las experiencias. Esta relación es tan relevante que el sistema olfativo se ha desarrollado de tal manera que los olores entran en la cabeza casi directamente.
La memoria olfativa tiene una profunda conexión con el contexto perceptivo, ya que es capaz de registrar tanto los olores como el contexto sensorial en el que fueron percibidos.
La condición en la que un olor evoca recuerdos del pasado y genera un déjà vu positivo se denomina «síndrome de Proust», en referencia al episodio descrito en el primer volumen, «El camino de Swann», de «En busca del tiempo perdido» del gran escritor Marcel Proust, en la que el protagonista, Swann, percibe el olor de las Petites Madeleines que le ofrece su madre y viaja mágicamente en el tiempo a los recuerdos de su infancia cuando visitaba a su tía Leonia los domingos, que le ofrecía una rebanada de magdalena mojada en té.
Los olores pueden desencadenar la evocación involuntaria de recuerdos y emociones relacionadas, incluso en estados de profunda inconsciencia. Una de las aplicaciones importantes en la frontera de la medicina está relacionada con los ejercicios de la esfera olfativa en los enfermos de Alzheimer para darles mejores condiciones de vida al traerles recuerdos del pasado. Es como si existiera un hilo de Ariadna en el laberinto de las mentes a la deriva, y que este hilo estuviera perfumado.
La memoria olfativa es una memoria a largo plazo más precisa y fiable que la consciente. Es un soporte mnemotécnico que condiciona los procesos de aprendizaje y es capaz de estimular todos los demás sentidos: se ha comprobado que memorizar una lista de palabras en un ambiente impregnado de un determinado olor facilita el acto mnemotécnico y la evocación de esas mismas palabras cada vez que ese mismo olor vuelve a aparecer en nuestras fosas nasales.
La nariz del adulto contiene unos 10 millones de receptores olfativos que permiten al cerebro reconocer más de un billón de olores. Así lo demostró un experimento coordinado por Andreas Keller, de la Universidad Rockefeller de Nueva York, cuyos resultados se publicaron en la revista Science.
¡Increíble! Y lo más sorprendente es que la percepción olfativa es entrenable y puede mejorar con el tiempo. Un hecho que nos hace reflexionar sobre la importancia de la educación olfativa en la vida de nuestros niños y jóvenes a través del diseño de entornos olfativamente estimulantes.
El principio fundamental de nuestra idea de la Belleza del futuro es el bienestar en una perspectiva de bienestar en red, para lo cual es necesaria una integración cada vez más precisa de los conocimientos.
En el centro de todo estudio y reflexión está siempre el Hombre, el Hombre complejo, al que hay que buscar en un viaje complejo a partir de sí mismo, al que hay que apoyar en ese viaje complejo que es la vida. Debemos entonces tratar de ser parte activa de la vida, desde la célula hasta el cosmos y viceversa.